Cuando descubrí el yoga yo tenía quince años de edad. Realmente era un necesitado de este método milenario que era entonces un gran desconocido en nuestro pais, hasta tal punto que cuando hicimos una encuesta por la calle preguntando qué era el yoga con una unidad móvil de Radio Nacional, alguien preguntó: "¿Se trata de un jugador de fútbol?". Pues nó, se trataba del método más solvente y antiguo de mejoramiento humano y desarrollo de la consciencia. Y digo que era un necesitado del mismo porque tenía no pocos desórdenes físicos y emocionales, y de ahí que en cuanto comprobé hasta qué punto me ayudaban sus técnicas, lo incorporé a mi vida y empecé a practicarlo con entusiasmo. Hubo la fortuna de que se estableció en Madrid tiempo después un mentor hindú que impartía el verdadero Hatha-yoga, y que así, habiendo comenzado autodidactamente, pude encontrar una guía fiable, que me ayudó a restablecerme física y psicológicamente y que me procuraba las enseñanzas y procedimientos que tanto cooperarían en mi armonía psicosomática. El yoga se convitió en el verdadero aliado y refugio de toda mi adolescencia y juventud. Trato de practicarlo todos los días, aún en las condiciones más complicadas en los viajes por la India. Tanto me ha dado que siempre he sentido la necesidad imperiosa de pasar a otros el obsequio que he recibido y por eso me he convertido en una especie de "intermediario gnóstico", difundiendo estas enseñanzas y métodos que derivan de las mentes más realizadas de la humanidad, y que son totalmente asépticas y no doctrinales, invitando a las experiencias personales y no a las creencias.