En el segundo volumen de mi trilogía "El Faquir", el protagonista occidental (que podemos ser cualquiera de nosotros) recuerda lo que anteriormente le había dicho su maestro: "De lo único que un aprendiz tiene que preocuparse es de aprender". Y siempre que puedo trato de decirme a mí estas palabras, que me sirven de aldabonazo para remover la consciencia, sacarla de su letargo y estimular sus potenciales. ¡Aprender!. No dejamos de hacerlo. Somos seres en incesante aprendizaje. Cuando éramos niños aprendimos a hablar, a caminar ,a leer y tantas cosas más. Pero el aprendizaje de un buscador de las regiones elevadas de la consciencia es muy especial, porque para que pueda celebrarse también hay mucho que desaprende .Soltar y asir, vaciarse de muchas cosas y sacrificar una parte de uno (la adquirida) para que pueda surgir otra (la real) . Tenemos que desaprender nocivos hábitos psíquicos, rutinas psicológicas poco provechosas,viejos patrones y conductas que nos dañan a nosotros y a los demás. Uno debe acecharse sin tregua, porque nos asaltan los pensamientos insanos, las reacciones emocionales desorbitadas, los sentimientos feos o las tendencias que nos someten a servidumbre.
Recordemos ese pasaje de cuando el discípulo le preguntó a su maestro si tenía algo que perder con la meditación, y el mentor repuso: "¡Claro, mucho! Tienes que perder la necedad, el miedo, el rencor, la envidia...Mucho que perder".
Y el ego.