
Fue el periodista y gran escritor Jesús Fonseca quien me introdujo en el convento de las clarisas de Valladolid y me presentó a su extraordinaria y encantadora abadesa Sor Isabel de la Trinidad (autora de dos libros magníficos, bellísima persona y con una voz primorosa para el canto). Escribe Ramiro Calle.
Así fue cómo comencé a hablar a las monjas y novicias de lo importante que es aprender a relajarse y a respirar.
Poco a poco estas amables religiosas, que me agasajaban con los dulces exquisitos que ellas mismas preparan, fueron mostrando su interés por conocer más prácticamente estas técnicas, y les propuse pasar de la teoría a la práctica y darles una clase. Y este domingo pasado, en ese precioso convento del siglo XV en pleno centro de Valladolid, ha tenido lugar el acontecimiento, pues desde las monjas de edad más avanzada hasta las novicias más jóvenes han seguido la clase que les he impartido con un ejemplar interés.
Así hemos podido practicar el Hatha-yoga en silla y fuera de la silla, la respiración consciente, la relajación profunda y algún ejercicio de visualización. Y de tal manera todos hemos quedado tan complacidos y la experiencia ha sido tan fecunda que seguro pronto volveremos a repetirla. Mientras tanto les he instado a que no dejen de practicar, por aquello de que “más vale un gramo de práctica que toneladas de teoría”. Toda persona, toda, puede beneficiarse de esta ciencia milenaria que es el Yoga y de sus preciosas herramientas para el bienestar físico, mental, energético, emocional y espiritual.
Muchos años atrás…
Con la misma generosidad que se nos han impartido, hay que impartirlos; con la misma grandeza que se nos han dado, hay que proporcionarlos. Comencé dando clases de Yoga a domicilio y luego fundé, siempre apoyado por mi hermano Miguel Ángel y mi familia en general, una escuela de Yoga por correspondencia que se llamaba Asana y que se conectó con personas de toda España. Abrimos el centro de Yoga Shadak en 1971 y por el mismo han pasado medio millón de personas.
Ttasladé la enseñanza del Yoga a los médicos y realizamos un buen número de pruebas médicas en dos hospitales, siendo yo mismo el sujeto de experimentación. Durante cinco años impartí clases de Yoga en la Universidad Autónoma de Madrid, nombrado profesor especial de Yoga por el mismo Rector. A lo largo de varios años impartí clases de Yoga en la Aulas de la Tercera Edad, igual que nuestra destacada profesora Almudena Hauríe durante varios años, siendo ella la pionera en impartir clases de Yoga en una cárcel de mujeres.
Yoga para todos
Mientras tanto apliqué las técnicas a gran número de personas con dolencias que me enviaban sus especialistas, entre las que estaban, aquejadas de cáncer, los pacientes que me enviaba la magnífica psicóloga Maria José del Claux, especializada en métodos psicológicos para ayudar a pacientes de oncología; trabajaba entonces esta gran mujer y magnífica profesional en la Clínica Ardersen. También descubrí cuánto podían ayudar las técnicas del Yoga a personas con adicciones, alcohólicas o ludópatas.
En conclusión, el Yoga es excelente para todas las personas, sin distinción de creencias, razas o condiciones. En mis extensos viajes por la India tuve ocasión de forjar una sólida amistad con jesuitas de la Misión Bombay que fueron al subcontinente indio casi siendo unos niños, tales como Jorge Gispert Sauch (especialista en el concepto del “ananda” y el vedanta), Federico Sopeña (meditador Vipassana y practicante de Yoga) y Jorge Ribas Espasa, que con extraordinaria sagacidad practicaba Hatha yoga y durante minutos mantenía la postura sobre la cabeza, aquella que también me dijo Vicente Ferrer que a él le servía mucho para estimular la mente y a la par descansar.
Ramiro Calle
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