La
curiosidad natural del niño, el impulso de aprender existe desde el
principio mismo, y sin duda debe ser alentado inteligentemente de
manera constante, a fin de que se mantenga vital y sin distorsión
alguna; ello habrá de conducirlo gradualmente al estudio de una
variedad de materias. Si esta avidez por aprender es estimulada en
el niño todo el tiempo, entonces su estudio de las matemáticas, de
la geografía, de la historia, de la ciencia o de cualquier otra
materia no será un problema, ni para el niño ni para el educador.
El aprendizaje se facilita cuando hay una atmósfera dichosa de
afecto y atenta solicitud.
La
apertura emocional y la sensibilidad pueden cultivarse únicamente
cuando el estudiante se siente seguro en la relación con sus
maestros. El sentimiento de seguridad es una necesidad primordial en
los niños. Hay una diferencia inmensa entre el sentimiento de
seguridad y el sentimiento de dependencia. Consciente o
inconscientemente, la mayoría de los educadores cultiva el
sentimiento de dependencia y, por lo tanto, alienta sutilmente el
temor, lo cual también hacen los padres a su propia manera,
afectuosa o agresiva. La dependencia es producida en el niño por
las aseveraciones autoritarias o dogmáticas de los padres y de los
maestros acerca de lo que el niño debe ser y hacer. La dependencia
va siempre acompañada por la sombra del temor, y este temor obliga
al niño a obedecer, a amoldarse, a aceptar sin reflexión los
edictos y las sanciones de sus mayores. En esta atmósfera de
dependencia queda aplastada la sensibilidad; pero cuando el niño
sabe y siente que está seguro, su florecimiento emocional no se ve
bloqueado por el temor.
Este
sentido de seguridad en el niño no es lo opuesto a la inseguridad.
Implica que se siente tan cómodo en la escuela como en su propia
casa, siente que él puede ser lo que es sin que lo fuercen en modo
alguno, que puede subirse a un árbol sin que lo reprendan si llega a
caerse. Este sentido de seguridad puede tenerlo sólo si los padres
y los educadores están profundamente interesados en el bienestar del
niño.
Es
importante que el niño, en la escuela, se sienta tranquilo,
completamente seguro desde el primer día. Esta primera impresión
es fundamental. Pero si el educador, artificialmente, por diversos
medios trata de ganarse la confianza del niño y le permite hacer lo
que a éste le plazca, entonces está cultivando la dependencia, no
le transmite al niño el sentimiento de que está seguro, de que se
encuentra en un lugar donde hay personas hondamente interesadas en su
bienestar total.
El
propio impacto de esta nueva relación basada en la confianza,
relación que tal vez el niño jamás había conocido antes,
contribuirá a una comunicación natural en la que el joven no
considerará a los mayores como una amenaza a la que debe temer. Un
niño que se siente seguro tiene sus propios medios naturales de
expresar el respeto que es esencial para el aprendizaje. Este
respeto está despojado de toda autoridad, de todo temor. Cuando el
niño tiene este sentimiento de seguridad, su conducta o
comportamiento no es algo impuesto por los mayores, sino que se
vuelve parte del proceso de aprender. A causa de que se siente
seguro en su relación con el maestro, el niño será naturalmente
atento; es sólo en esta atmósfera de seguridad donde pueden
florecer la apertura emocional y la sensibilidad. Sintiéndose
cómodo, seguro, el niño hará lo que le gusta; pero al hacer lo que
le gusta descubrirá qué es lo correcto, y su conducta no se deberá
entonces a la resistencia ni a la obstinación ni a sentimientos
reprimidos ni a la mera expresión de un impulso momentáneo.
La
sensibilidad implica ser sensible a todo lo que nos rodea: a las
plantas, a los animales, a los árboles, al cielo, a las aguas del
río, al pájaro que vuela; y también a los estados de ánimo de las
personas a nuestro alrededor, al extraño que pasa cerca de nosotros.
Esta sensibilidad genera la cualidad de una respuesta generosa, no
calculada, que constituye la verdadera moralidad y conducta. Siendo
sensible, el niño tendrá una conducta abierta y sin reservas; por
lo tanto, una simple sugerencia por parte del maestro será aceptada
fácilmente, sin resistencia ni fricción alguna.
Como
estamos interesados en el desarrollo total del ser humano, debemos
comprender sus impulsos emocionales, que son mucho más fuertes que
cualquier razonamiento intelectual; tenemos que cultivar la capacidad
emocional y no contribuir a reprimirla. Cuando comprendamos esto y,
por consiguiente, seamos capaces de tratar tanto con los problemas
emocionales como con los intelectuales, no habrá ninguna razón para
temer abordarlos.
Para
el desarrollo total del ser humano, se vuelve indispensable la
soledad, como un medio de cultivar la sensibilidad. Uno tiene que
saber lo que es estar solo, lo que es meditar, lo que es morir; y las
¡aplicaciones de la soledad, de la meditación, de la muerte, sólo
pueden ser conocidas si uno las anhela. Estas aplicaciones no pueden
ser enseñadas, tienen que ser aprendidas. Uno puede indicar, pero
aprender a base de lo indicado no es experimentar la soledad o la
meditación. Para experimentarlas, uno debe hallarse en un estado de
investigación; sólo una mente que investiga es capaz de aprender.
Pero cuando la investigación es suprimida por el conocimiento previo
o por la autoridad y la experiencia de otro, el aprender se vuelve
mera imitación, y la imitación hace que un ser humano repita lo
aprendido sin experimentarlo.
La
enseñanza no consiste tan sólo en impartir información, sino que
es el cultivo de una mente inquisitiva. Una mente así penetrará en
el problema de lo que es la religión y no aceptará meramente las
religiones establecidas, con sus templos y rituales. La búsqueda de
Dios, de la verdad o como guste uno llamarlo -y no la mera aceptación
de la creencia y el dogma- es la verdadera religión.
Tal
como el estudiante lava sus dientes todos los días, se baña todos
los días, así también tiene que existir la acción de sentarse
quietamente con otros o a solas. Esta soledad creativa no puede ser
producida por la enseñanza o impulsada por la autoridad externa de
la tradición o inducida por la influencia de aquéllos que desean
sentarse quietamente, pero son incapaces de permanecer solos. Esta
soledad ayuda a la mente a que se vea con claridad a sí misma como
en un espejo y a que se libere del inútil esfuerzo de la ambición
con todas sus complejidades, temores y frustraciones que son el
resultado de la actividad egocéntrica.
J. Krishnamurti
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