YoViendo 2008 (c) ContraPlano |
Hay
una historia acerca de un maestro religioso que acostumbraba hablar
todas las mañanas a sus discípulos. Una mañana subió al estrado y
estaba a punto de comenzar, cuando un pajarito vino a posarse en el
alféizar de la ventana y empezó a cantar; cantó sin cesar y a
pleno corazón. Cuando terminó y se fue volando, el maestro dijo:
"El
sermón de esta mañana ha terminado".
Me
parece que una de nuestras mayores dificultades es ver por nosotros
mismos con verdadera claridad, no sólo las cosas exteriores sino
nuestra vida interna. Cuando decimos que vemos un árbol o una flor o
una persona ¿las vemos realmente? ¿O vemos meramente la imagen que
la palabra ha creado? O sea: cuando ustedes miran un árbol o una
nube en un atardecer pleno de luz y encanto, ¿ven realmente ese
árbol, esa nube, los ven no sólo con los ojos o el intelecto sino
de manera completa total?
¿Han
probado alguna vez mirar una cosa objetiva como un árbol, sin
ninguna de las asociaciones, sin ninguno de los conocimientos que han
adquirido acerca de él, sin ningún prejuicio, sin ningún juicio,
sin palabras que formen una pantalla entre ustedes y el árbol,
pantalla que les impide verlo tal como es verdaderamente? Traten de
hacerlo y vean qué es lo que realmente ocurre cuando observan el
árbol con todo su ser, con la totalidad de su energía. En esa
intensidad encontrarán que no hay observador en absoluto, que sólo
hay atención. El observador y lo observado existen cuando hay
inatención. Si miran algo con atención completa, no hay espacio
para un concepto, una fórmula o un recuerdo. Es importante
comprender esto, porque vamos a examinar algo que requiere una
investigación muy cuidadosa.
Sólo
una mente que mira un árbol o las estrellas o las centelleantes
aguas de un río con una completa entrega de sí misma sabe qué es
la belleza; y cuando vemos de verdad, nos hallamos en un estado de
amor. Por lo general, conocemos la belleza mediante la comparación o
por intermedio de lo que el hombre ha producido, lo cual implica que
atribuimos la belleza a algún objeto. Veo lo que considero que es un
bello edificio, y aprecio esa belleza a causa de mi conocimiento de
la arquitectura o comparando este edificio con otros que he visto.
Pero ahora me pregunto: "¿Existe una belleza sin el objeto?".
Cuando hay un observador, que es el censor, el experimentador, el
pensador, no hay belleza, porque entonces la belleza es algo externo,
algo que el observador mira y juzga. Pero cuando no hay observador -y
esto exige muchísima meditación e investigación-, entonces existe
la belleza sin el objeto.
La
belleza está en el total abandono del observador y lo observado, y
ese abandono de uno mismo sólo es posible cuando hay total
austeridad, no la austeridad del sacerdote con su dureza, sus
sanciones, sus reglas y su obediencia, no la austeridad en las ropas,
en las ideas, en la comida y en la conducta, sino la austeridad de la
total sencillez, que es completa humildad. Entonces no hay nada que
lograr, no hay escalera para subir por ella; sólo existe el primer
paso, y el primer paso es el paso para siempre.
Digamos
que uno está caminando a solas o con alguien y que ha dejado de
hablar. Se halla rodeado por la naturaleza; no ladra ningún perro,
no se oye el ruido de ningún automóvil que pase, ni siquiera el
aleteo de un pájaro. Uno está completamente callado y la naturaleza
que lo rodea también está totalmente silenciosa. En ese estado de
silencio, tanto en el observador como en lo observado -cuando el
observador no traduce en pensamientos lo que observa-, en ese
silencio hay una calidad de belleza diferente. No hay naturaleza sin
observador. Hay un estado de la mente que es de total, completa
soledad; la mente está sola, no aislada, sino quieta, en silencio, y
ese silencio, esa quietud, es belleza. Cuando ustedes aman, ¿hay un
observador? El observador existe solamente cuando hay deseo y placer.
Cuando el deseo y el placer no están asociados con el amor, entonces
el amor es intenso. Igual que la belleza, es algo totalmente nuevo
cada día. Como he dicho, no tiene ni ayer ni mañana.
Sólo
cuando miramos sin ninguna idea preconcebida, sin ninguna imagen,
podemos estar en contacto directo con algo en la vida. Todas nuestras
relaciones son en realidad imaginarias, o sea, que se basan en una
imagen formada por el pensamiento. Si tengo una imagen de otro y el
otro tiene una imagen de mí, es obvio que no vemos el uno al otro en
absoluto tal como somos realmente. Lo que vemos son las imágenes
mutuas que nos hemos formado, las cuales nos impiden estar en
contacto, y por eso nuestras relaciones no andan bien.
Cuando
digo que lo conozco quiero decir que lo conocí ayer. No sé lo que
usted es hoy. Todo lo que conozco es mi imagen de usted. Esa imagen
está formada por lo que usted ha dicho para elogiarme o para
insultarme, por lo que usted me ha hecho; está formada por todos lo
recuerdos que tengo de usted. Y la imagen que usted tiene de mí se
ha formado del mismo modo; son esas imágenes las que se relacionan y
eso es lo que nos impide comunicarnos realmente el uno con el otro.
Dos
personas que han vivido juntas durante un largo tiempo, tienen la una
de la otra una imagen que les impide estar realmente relacionadas. Si
comprendemos la relación, podemos cooperar, pero la cooperación no
puede existir a base de imágenes, de símbolos, de conceptos
ideológicos. Sólo cuando comprendemos la verdadera relación entre
nosotros, hay una posibilidad de amor pero negamos el amor cuando
tenemos imágenes. Por lo tanto, es esencial comprender, no
intelectualmente sino de hecho, cómo en nuestra vida cotidiana hemos
elaborado imágenes acerca de nuestra esposa, nuestro marido, nuestro
vecino, nuestros hijos, nuestro país, nuestros líderes, nuestros
políticos, nuestros dioses; no tenemos otra cosa sino imágenes.
Estas
imágenes crean el espacio entre uno mismo y lo que uno observa, y en
ese espacio hay conflicto. Vamos a averiguar juntos si es posible
estar libre del espacio que creamos no sólo exteriormente sino
dentro de nosotros mismos, el espacio que divide a la gente en todas
su relaciones.
Ahora
bien, la atención misma que ustedes conceden a un problema es la
energía que resuelve ese problema. Cuando le prestan atención
completa -quiero decir cor todo el ser-, no hay observador en
absoluto. Sólo hay un estado de atención que es energía total, y
esa energía total es la suprema forma de inteligencia. Naturalmente,
ese estado mental debe ser de completo silencio, y ese silencio, esa
quietud, que nos es la quietud de la disciplina, adviene cuando hay
atención total. Ese silencio total en el que no existen ni el
observador ni lo observado, es la más elevada expresión de la mente
religiosa. Pero lo que ocurre en ese estado no puede ser puesto en
palabras, porque lo que se expresa en palabras no es el hecho. Para
descubrir ese hecho por nosotros mismos, tenemos que experimentarlo.
Aljarafe Norte / ContraPlano / 2008 |
Cada
problema está relacionado con todos los demás problemas, de modo
que si podemos resolver por completo un problema -no importa cuál-
veremos que somos capaces de afrontar fácilmente todos los otros
problemas y de resolverlos. Hablamos, por supuesto, de problemas
psicológicos. Ya hemos visto que un problema sólo existe en el
tiempo, es decir, cuando afrontamos la cuestión de una manera
incompleta. Por lo tanto, no sólo hemos de percibir claramente la
naturaleza y estructura del problema y verlo en su totalidad, sino
que debemos abordarlo apenas surge y resolverlo de inmediato a fin de
que no eche raíces en la mente. Si permitimos que un problema
perdure por un mes o por un sólo día, aun por unos cuantos minutos,
el problema generará distorsión en la mente. ¿Es posible,
entonces, abordar un problema de manera inmediata, sin distorsión
alguna, y estar instantánea y completamente libres de él, sin
permitir que subsista un solo recuerdo, un solo rasguño en la mente?
Estos recuerdos son las imágenes que llevamos con nosotros a todas
partes, y estas imágenes son las que se enfrentan a esta cosa
extraordinaria que llamamos vida; por lo tanto, hay una contradicción
y, en consecuencia, conflicto. La vida es muy real, no es una
abstracción, y cuando la abordamos con imágenes hay problemas.
¿Es
posible afrontar cada problema sin este intervalo de espacio-tiempo,
sin la brecha entre uno mismo y la cosa que uno tiene? Es posible
sólo cuando el observador no tiene continuidad, el observador que es
el constructor de la imagen, el observador que es una colección de
recuerdos e ideas, un manojo de abstracciones.
Cuando
uno mira las estrellas, ahí está el "uno" que mira las
estrellas en el cielo; el cielo está colmado de brillantes
estrellas, el aire es fresco, y ahí está "uno", el
observador, el experimentador, el pensador con su corazón adolorido,
ahí está uno, el centro, creando espacio. Nunca entenderemos esto
del espacio entre uno mismo y las estrellas, entre uno mismo y la
esposa, el esposo o el amigo, porque jamás hemos mirado sin la
imagen, y por eso no sabemos qué es la belleza, qué es el amor.
Hablamos y escribimos al respecto, pero jamás lo hemos conocido
excepto, quizás, en raros instantes de total olvido de nosotros
mismos. De modo que mientras existe un centro creando espacio a su
alrededor, no hay amor ni belleza. Cuando no existen ni centro ni
circunferencia, entonces hay amor. Y cuando amamos, somos belleza.
Cuando
miramos un rostro que tenemos frente a nosotros, estamos mirando
desde un centro, y el centro crea el espacio entre persona y persona;
por eso nuestras vidas son tan vacías e insensibles. No es posible
cultivar el amor o la belleza, ni inventar la verdad, pero si estamos
todo el tiempo atentos a lo que hacemos, podemos cultivar la
percepción alerta. Y desde esa percepción alerta comenzaremos a ver
la naturaleza del placer, del deseo y del dolor, y la completa
soledad y el hastío del hombre; entonces comenzaremos a dar con esa
cosa llamada "el espacio".
Cuando
haya espacio entre nosotros y el objeto que estamos observando,
sabremos que no hay amor; y sin amor, por mucho que tratemos de
reformar al mundo o de producir un nuevo orden social, por mucho que
hablemos de mejoras, sólo crearemos dolor. De modo que ello depende
de ustedes. No hay líder, no hay maestro, no hay nadie que les diga
lo que deben hacer. Están solos en este mundo demente y brutal.
La
Naturaleza y el Medio. J. Krishnamurti
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