IGUALITARISMO Y LAS ELITES
Murray N. Rothbard
Review of Australian Economics, Vo1.8, No. 2 (1995)
Una de las más grandes glorias de la humanidad es que, a diferencia de otras especies, cada individuo es único y, por lo tanto, insustituible; cualesquiera sean las semejanzas y los atributos comunes entre las personas, son sus diferencias las que nos llevan a honrar, celebrar o deplorar las cualidades o acciones de una persona en particular. Es esta diversidad, esta heterogeneidad de los seres humanos uno de los atributos más destacados de la humanidad. Esta heterogeneidad fundamental es lo que hace más curioso el penetrante ideal moderno de la "igualdad".
De
manera que, ¿cómo explicamos la casi universal adoración
contemporánea en el templo de la "igualdad", tanto es
así que prácticamente ha borrado otros fines y principios éticos?
Y encabezando este culto han estado filósofos, académicos y otros
líderes y miembros de las elites intelectuales, seguidos por la
tropa entera de "formadores de opinión" de la sociedad
moderna, incluyendo expertos, periodistas, ministros, concejales,
maestros de escuelas públicas, consejeros, asesores de relaciones
humanas y "terapeutas". Y sin embargo, debería ser casi
evidentemente claro para todos ellos que el esfuerzo en la búsqueda
de la "igualdad" viola flagrantemente la naturaleza
esencial de la humanidad y que, por tanto, sólo se puede
perseguir, mediante el uso de la coacción.
La
veneración actual de la igualdad frente a otros valores
desprestigiados (en nombre de la “verdad” se han cometido los
mas perversos crímenes) es, de hecho, una noción reciente en la
historia del pensamiento humano. Entre filósofos o pensadores
prominentes, la idea apenas existía antes de mediados del siglo
XVIII; si era mencionada, sólo se hacía como objeto del horror y
la burla.
La naturaleza del igualitarismo fue claramente mostrada en el
altamente influyente mito clásico de Procrustes,
En
la mitología
griega,
Procusto
(deformación de Procrustes,
en griego
antiguo
Προκρούστης Prokroústês,
literalmente ‘estirador’), también llamado Damastes
(‘avasallador’ o ‘controlador’), Polipemón
(‘muchos daños’)
Procusto
tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero
solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro
donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las
cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta, Procusto la
acostaba en una cama corta y procedía a serrar las partes de su
cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si por
el contrario era más baja, la invitaba a acostarse en una cama
larga, donde también la maniataba y descoyuntaba a martillazos
hasta estirarla (de aquí viene su nombre). Según otras
versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama
porque ésta era secretamente regulable: Procusto la alargaba o
acortaba a voluntad antes de la llegada de sus víctimas.
- Una cama de Procusto es un estándar arbitrario para el que se fuerza una conformidad exacta. Se aplica también a aquella falacia seudocientífica en la que se tratan de deformar los datos de la realidad para que se adapten a la hipótesis previa.
- En matemática, el análisis procusteano es el nombre que se da al proceso de aplicar una transformación euclidiana que conservan la forma a un conjunto de éstas, para eliminar así las diferencias de traslación, rotación y escala entre ellas y llevarlas a un marco de referencia común.
- En
general se denomina procústeo
a aquello opuesto a lo ergonómico,
es decir, que parte de la idea de que es el hombre quien debe
adaptarse a los objetos y no al revés.
La
nueva elite coactiva
Cuando
confrontamos al movimiento igualitario, comenzamos a encontrar las
primeras contradicciones prácticas, no ya lógicas, en el programa
mismo: que sus promotores más resaltantes no están para nada en las
filas de los pobres y oprimidos, sino que son profesores de Harvard,
Yale y Oxford, así como otros líderes de las clases sociales
privilegiadas y las poderosas elites. ¿Qué tipo de igualitarismo
es
este? Si se supone que este fenómeno encarna la presunción masiva
de una culpa liberal, entonces es curioso que no vemos a muy pocos de
esta auto-flagelante elite desprendiéndose de sus bienes materiales,
prestigio o condición para ir a vivir humildemente y anónimamente
entre los pobres y desposeídos. Todo lo contrario, no parecen
tropezar ni un paso en su escalada hacia la riqueza, la fama y el
poder. En cambio, invariablemente se regodean en felicitaciones a sí
mismos y a sus similares colegas de la elevada moral en la que se han
envuelto a sí mismos.
Quizás
la respuesta a este acertijo reside en nuestro viejo amigo
Procrustes. Como ningún par de personas es uniforme o "igual"
en ningún sentido en la naturaleza, o en los resultados de una
sociedad libre, para crear y mantener semejante igualdad es necesaria
la imposición de una poderosa elite armada con la coacción. Pues
el programa igualitario claramente requiere de una poderosa elite
gobernante para empuñar las formidables armas de la coacción y
hasta del terror necesarias para operar el torno Procrusteano: para
tratar de forzar a todo el mundo al molde igualitario. Por lo tanto,
al menos para la elite gobernante, no hay "igualdad" aquí;
sólo vastas desigualdades en poder, toma de decisiones e,
indudablemente, de ingresos y patrimonio también.
Así,
el
ideal procrusteano tiene, como está destinado a tener, la más
poderosa atracción para aquellos que juegan o esperan jugar en el
futuro partes prominentes o provechosas de la maquinaria de
aplicación
[del programa igualitario].
Flew nota que este ideal procrusteano es la
ideología unificadora y justificadora de una clase
ascendente de asesores políticos y de profesionales del bienestar
público,
agregando
significativamente que estas
son todas personas al mismo tiempo involucradas en el negocio de
hacerla cumplir [la ideología igualitaria] y que le deben a ellos
sus avances pasados y futuros.
Institucionalizando
la envidia
Sin
embargo, hay un punto intrigante: hay desigualdades que nunca parecen
indignar a los igualitarios, a saber, desigualdades de ingreso entre
aquellos que proporcionan directamente servicios de consumo;
notablemente atletas,
actores de cine y televisión, artistas, novelistas, dramaturgos y
roqueros. Sera que lo mismos igualitarios poseen estos valores de los consumidores y
son, por lo tanto, considerados como legítimos, o que excepto por
los deportes, estos son campos reconocidos implícitamente como
dominados hoy en día por formas de entretenimiento y arte que no
necesitan de talento real. Las diferencias en ingresos son, por
tanto, equivalentes a ganar la lotería y los que se ganan la lotería
son universalmente alabados como "afortunados", sin
asociarles envidia alguna por atributos superiores.
Publicado originalmente en el Review of Australian Economics, Vo1.8, No. 2 (1995): 39-57.
Murray N. Rothbard
- Diodoro Sículo iv.59.5.
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